*En el aeropuerto de Maiquetía no paran las despedidas
José Ángel Prada
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“¡Abu, abu, abuelita!” era lo que repetía en medio del llanto una niña de cuatro años, quien de esa forma se despedía de su abuela y de Venezuela. Situaciones como estas se presentan a diario en los pasillos del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar cuando las familias acuden a despedir a los suyos.
Se volvió algo común despedir a los hijos, padres, hermanos, nietos y amigos, quienes la mayoría no saben cuándo se volverán a ver. Y aunque la tristeza es muy grande, todos coinciden en que guardan la esperanza de que afuera, lejos de su país que lo vio crecer, pueda tener las cosas buenas que se necesitan para tener calidad de vida.
En anteriores años era recurrente ver a los jóvenes entre 19 y 23 años emprender el camino hacia otras tierras, pero en los últimos meses ya las edades han aumentado, ya que ahora son los padres y madres quienes parten en procura de atender las necesidades de la familia que deja atrás.
Tal es el caso de Beatriz Corrido, docente de profesión y con 19 años de carrera, quien partió el día de ayer para Buenos Aires, Argentina, junto a una amiga “para emprender y alcanzar las metas que nos hemos propuesto”.
Corrido tuvo que dejar en su ciudad natal, Barquisimeto, a su hija con su madre y hermanas “porque se encuentra estudiando su carrera universitaria. Nunca pensé que en algún momento de mi vida tendría que escoger irme y que eso significara alejarme de mi familia”.
“Es triste, pero la mayoría que sale del país lo hace porque va a probar suerte a otro lado, va a adquirir conocimientos que aplicará seguramente en ese país, y no a vacacionar. Nos estamos quedando sin profesionales”.
Junto a ella, se encontraba su compañera de viaje, Yolanda Toros, magister en Orientación de la Conducta, quien se lleva a sus dos hijos “para escapar de la situación tan grave que tenemos”. Explicó que a donde van ya tienen un trabajo en el área pedagógica, que consiguieron con ayuda de otros amigos que están residenciados en Buenos Aires.
“Son muchas las cosas que te motivan a irte: un mejor salario, seguridad, servicios, alimentación, en fin, en búsqueda de una mejor vida”. Lamentó que ninguna de las razones nombradas las conseguirá aquí.
Narró que un año aproximadamente fue el tiempo que tuvieron para organizar la salida de Venezuela. “Uno lo piensa, lo planifica y lo vuelve a meditar. Luego empieza el proceso de arreglar los papales y buscar los dólares. Junto a mi esposo tuve que vender algunas prendas para comprar los pasajes en avión y tener dinero para el sustento”.
Sostuvo que no es fácil el separarse de su familia. “Esto es un sacrificio que hago por mis hijos. Dejo a mi esposo, quien se queda relativamente solo porque me llevo a los niños”. Dijo que espera regresar pronto y que cuando lo haga “haya ocurrido un milagro y sean buenas noticias”.
Asimismo, los padres que despiden a sus hijos los invade una tristeza indescriptible. Se quedan en Venezuela para cuidar los bienes materiales y en muchos casos a sus nietos, quienes a su corta edad tienen que lidiar con la separación.
Yoleida Serrano acudió desde el estado Miranda a despedir a su hija que partía hacia Estados Unidos. “Es triste toda esta situación. Pero como están las cosas, lo mejor que pueden hacer los jóvenes es emprender camino en otras naciones, si tienen oportunidad, por lo difícil que está todo actualmente”.
Explicó que su ser querido ya tiene más de un año residiendo en Boston, Massachusetts, y vino a visitar a sus familiares. “No se va con la mejor opinión del país, pero siempre querrá venir a visitarnos”.
“Solo tuve dos hijos y fuimos una familia muy unidad. Pero mi hijo se tuvo que ir a Colombia para buscar el bienestar de mis nietas y mi hija está en Boston por la misma situación. Aquí como profesionales no hacen nada porque no les alcanza lo que ganan”.
La percepción que se tiene del país no se compara al impacto de vivirlo en carne propia, ya que la situación con que la que se encuentran “causa una gran tristeza y preocupación”.
Así lo hizo saber Yoleidis Alarcón, quien expresó que “es increíble como todo ha cambiado y para mal. Ahora hay muchos niños en la calle comiendo de la basura o pidiendo comida. No me quiero ir, pero esto es una decepción muy grande”.
Precisó que al momento de tomar la decisión de irse, lo hizo para probar suerte. En Estados Unidos trabaja como supervisora en un hotel. Aseguró que la mayoría de los venezolanos que llegan a un país distinto al que lo vio nacer, pasa mucho trabajo porque tienen que acostumbrarse rápidamente a una nueva cultura, emprender la búsqueda de trabajo y lidiar con la soledad.
“En diciembre del 2017 vine con mi hija de nueve años. A los dos días se quiso ir porque no aguantaba el miedo. Le daba temor sacar el teléfono y ver a los niños en la calle pidiendo comida con sus padres. Esta vez no quiso venir y se lo tengo que respetar porque hasta uno que conoce la situación le cuesta”.
Añadió que planea regresar en cuatro meses “pero estoy segura que cuando venga en diciembre todo estará peor”.
Quienes se van esperan volver a reencontrarse con sus familiares en el menor tiempo posible. Agradecen el avance de las redes sociales y aplicaciones de mensajería instantánea, que hacen posible comunicarse en tiempo real./jd