Las reformas lanzadas por el castrismo para modernizar la economía tuvieron un inesperado efecto colateral: aumentaron la división racial en la isla y llevaron a cubanos blancos a recuperar algunas ventajas económicas que los favorecieron durante siglos, reseña Reuters.
Bajo el régimen de Raúl Castro, que tomó las riendas cuando su hermano Fidel enfermó en el 2006, el gobierno amplió el trabajo en el sector privado, levantó restricciones a los viajes y promueve los pequeños negocios y las cooperativas.
Pero la desigualdad se ha ido colando a medida que el Estado cede poco a poco el control casi total que tenía de la economía: gran parte del financiamiento para nuevos emprendimientos como restaurantes, servicios de taxis y hospederías está llegando de manos de familiares emigrados blancos que se establecieron en los últimos 50 años en Estados Unidos.
Fueron ciudadanos blancos los que en su mayoría recibieron cerca de $3,000 millones en remesas el año pasado, algo que deja en desventaja a negros y mulatos a la hora de establecer un negocio.
Walter Echevarría, un hombre negro de 60 años, es copropietario de una humilde cafetería establecida en el apartamento de su socio en La Habana. De pie, empleados estatales consumen café, sandwiches de cerdo y jugos naturales, gastando en promedio 15 pesos cubanos, poco más de medio dólar.
“Para un negocio como el de nosotros, no hace falta tanto dinero”, indicó. “Hay gente que tiene más posibilidades de poner negocios grandes porque tienen familia fuera, le ponen el capital y hacen una cosa grande”.
Las reformas económicas trajeron mayores libertades económicas, pero también más discriminación, coinciden los expertos.
Con un currículo considerable y la esperanza de llevarse más pesos al bolsillo, Miguel Azcuy renunció a su trabajo de mesero en un restaurante estatal. Apostaba a un empleo en el creciente sector restaurantero privado surgido en los últimos dos años.
Pero la oportunidad nunca llegó. Azcuy, un negro de 39 años con un título técnico en gastronomía y 15 años de experiencia en el sector, dice que las posibilidades son mucho mayores para los blancos.
“Sentí que los dueños de muchos de estos negocios, a los que fui buscando trabajo, me miraban con desdén, con desconfianza, tal vez pensando en que mejor no probar, por aquello de que los negros si no la hacen (fallan) a la entrada, la hacen a la salida”, dijo Ascuy, intentando reír. Aquí la gente dice que no es racista, pero a la hora de la verdad le salen los prejuicios, lo he sentido en carne propia”.
Al menos anecdóticamente, la división parece obvia en una sociedad que desciende casi en su totalidad de colonizadores españoles y esclavos africanos.
Tato Quiñones, un intelectual que preside la organización semioficialista Cofradía de la Negritud, dice que basta con observar las pequeñas cifras de negros y mulatos que tienen fuentes de ingreso relativamente lucrativas, como restaurantes, bares, hospederías o taxis.
Ahora, según Quiñones, la mayoría de los clientes y empleados del balneario de Varadero son blancos, mientras que la mayoría de los obreros de los hoteles del lugar son negros.
Un estudio del Havana Consulting Group, con sede en Miami, reveló que de los cerca de $3,000 millones que llegaron el año pasado a la Isla en remesas familiares, el 82 por ciento terminó en manos de blancos y un 12 por ciento fue destinado a mestizos. Los negros solo recibieron un 5.8 por ciento del total.
La relación no guarda proporción con la composición de la población: el último censo, hace dos años, mostró que de los 11 millones de cubanos un 64. 1 por ciento es blanco, un 26.6 por ciento es mestizo y un 9.3 por ciento tiene la piel negra.
Las remesas están ayudando a financiar los nuevos negocios, pero también están alimentando la desigualdad.
Los familiares de exiliados que reciben remesas pueden comprar productos de primera clase con precios en base al dólar, mientras que la mayoría de los cubanos sobreviven con un salario equivalente a unos $20 mensuales.
Algunos afrocubanos aseguran que no han sufrido racismo durante la revolución, y que han avanzado en sus estudios y profesiones sin mayores obstáculos.
Echevarría, el dueño de la cafetería, se confesó conforme con su negocio y no pareció demasiado preocupado por la desigualdad. “El racismo existe, no como antes, pero existe”, dijo.
Pero otros sienten el racismo a flor de piel. Expertos creen que muchos negros quedaron en un estatus económico inferior al de los blancos, quienes, aseguran, todavía tienen mejor acceso a las universidades y a trabajos.