Se desplazan en lanchas rápidas por el Lago de Maracaibo para “pescar” a sus víctimas. Bajo la luz de la luna, y con armas largas y cortas, las someten y despojan de sus pequeñas y no tan potentes embarcaciones, redes de nailon, mercancía y, en el peor de los casos, les arrebatan la vida.
Los “piratas del Lago” no duermen. Los vándalos, usando pasamontañas para que no los reconozcan, siembran terror en cada uno de los pescadores que día a día realizan su arriesgada faena por el estuario marabino para ganarse la vida.
Algunos trabajadores de la pesca inician su jornada al atardeder; otros prefieren hacerlo antes de que el sol despunte, pero cualquiera que sea la hora, todos se encomiendan a Dios antes de salir al Lago a cumplir su habitual jornada que, en la mayoría de los casos, puede sobrepasar las 12 horas.
De noche o madrugada, el miedo es mayor. Navegan por las oscuras aguas alumbrados solo por la luz de la luna. Si encienden las lámparas para guiarse al lanzar el “chinchorro”, “están atracados”.