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Opinión: La encrucijada de Guaidó

Por Antonio Ledezma

¡Hay que desarmar los espíritus! Así le oí exclamar al inolvidable maestro de maestros: Pompeyo Márquez. Se refería Pompeyo, en el año 2004, a la necesidad de superar desencuentros entre algunos factores de la oposición que se nucleaban en torno a la idea de impulsar el Referéndum Revocatorio contra Chávez, malogrado con descaradas maniobras por el régimen en esos tiempos. Era una imploración que Pompeyo fue desplegando mediante un peregrinaje haciendo exposiciones en foros en universidades, hablando en asambleas de ciudadanos y en decenas de entrevistas para medios impresos, radiales y televisivos. 

Guaidó tiene la palabra y la responsabilidad para que se decida entre la lealtad sumisa a un grupo o escalar la atalaya de la dignidad

Se esmeraba Pompeyo en su labor de predicador de la unidad, en cultivar aquellos elementos que nos unieran, mientras sugería dejar sucumbir los que mostraban sus espinas para herir los intentos de lucha compartida.

Hoy es imposible dejar de ponderar, con preocupación, las dificultades que atraviesa la conducción opositora, en la evidencia de un período de decepciones, frustraciones y desánimo, que se cruza en una coyuntura en la que, día a día, se van produciendo eventos en el escenario internacional, que reafirman que Venezuela está en la agenda de los gobiernos de países muy importantes del mundo. 

Sin embargo, esos hechos ciertos, como son La Ley Bolívar que avanza en el parlamento estadounidense, las manifestaciones de respaldo de la Unión Europea, las medidas a favor de la diáspora aplicadas por los presidentes Biden y Duque, de Estados Unidos y Colombia respectivamente, no hacen desaparecer la indignación que ponen de manifiesto, muchísimos venezolanos que expresan su inconformidad a través de las redes sociales. No falta quien sostenga que el país está fracturado en dos mitades: uno que da la pelea adentro y otro que se limita a ver las refriegas desde la distancia que impone el destierro. ¡Eso es absolutamente falso! Todos los venezolanos estamos mancomunados en esta encrucijada en una solidaridad que viene del suplicio que unos y otros escarmentamos. Por eso pienso que ante las conjeturas cargadas de sarcasmo, mas bien deberíamos emular a Pompeyo, pidiendo que facilitemos que los venezolanos que observan desde lejos se sumen al combate activo en cualesquiera de sus trincheras en las que estén. 

Es verdad que se han logrado hitos significativos en esta tarea de resistencia, pero la persuasión que invade el sentido común de los venezolanos les hace digerir una verdad que se impone por encima de ese inventario de “medallas ganadas”, porque una cosa son los hechos a la vista de todos y otra los deseos de consumar el cese de la usurpación de los tiranos. En ese dilema hacen daño los que se han encargado de desvirtuar la lucha auténtica en su relación promiscua con Maduro, mientras van susurrando que “Guaidó es apenas una ficción”, como haciendo el trabajo sucio para que ese gesto épico del 23 de enero del 2019, que provocó el impulso de millones de venezolanos, termine decayendo en la indiferencia de todos. 

Pretender asimilar a dilema la disyuntiva de participar o no en elecciones regionales, es una argucia para camuflar a los que conscientemente ponen el fraude al servicio de la tracción. Son esas las ramas secas del árbol de la unidad que por razones morales no pueden seguir prendidas de su tronco. Y no es por tiesura moralista, es que a los dirigentes se les debe medir por sus conductas, no por sus hipócritas declaraciones. Y la realidad nos revela que en sus conductas y en sus tratativas son los infiltrados los que hacen labor de zapa para dividir la fortaleza de la resistencia.

Por esos desengaños es que fechas emblemáticas como la del 23 de febrero en Cúcuta y la del 30 de abril, en Caracas, de 2019, serán momentos de inevitable recordatorio pero no como ejemplos a seguir para alcanzar la libertad que merecemos y habremos de conquistar. No escribo como un pastor de rencores sino como un venezolano que como muchos no entendemos la cerrazón de quienes no se avienen a revisar sus juegos en los que han apostado, no sus intereses personales y grupales, sino los sueños de millones de ciudadanos que esperamos de quienes se han apoderado de las tomas decisiones, una pizca de mesura, prudencia y humildad.

No es esto un desahogo impropio para quien está comprometido con una causa irrenunciable. Tampoco un fogonazo mental temerario para estremecer la presencia espectral de quienes no terminan de responder al reclamo ansioso de una ciudadanía que no quiere seguir perdida en los azares de los tránsfugas que tantas risotadas y aquelarres han disfrutado a expensas de esa atribulada ciudadanía. No decir ¡ni pío! cuando se exige rendición de cuentas, nos hace condenar esa soberbia diciendo que esa mudez es repugnante, porque es cínica, y solo se anida en las mentes desquiciadas de a quienes nada les importa la suerte de un país atormentado y sitiado por lo peor de este mundo.

Cuando se ha solicitado rectificación y autocrítica no es para desatar juicios humillantes en patíbulos fratricidas. Pero tampoco pretendan que por los señuelos piadosos de la melancolía y validos de sus destrezas de confiteros de la supuesta unidad, bajemos la cabeza, y silenciemos nuestra voz para ser testigos cómplices, mirando como ustedes en la soledad de sus errores prolongan esa rebatiña perpetua de ambiciones, negándose a rezumar la purulencia. 

Venezuela seguirá siendo digna de las nostalgias limpias y puras de ese pueblo que nunca será evasivo con su responsabilidad de buen hijo de la patria. Pero esos venezolanos hoy reclaman, en ese vibrato de la voz quebrada que delata su sufrimiento, que se ponga en manos diligentes esa unidad genuina de la que está urgido. Es hora de fumigar ese gusarapo que nada tiene de unitario. Esa es la solución para no reincidir en las equivocaciones de quienes ya no pueden confundirnos con ese acicalado aspecto de sabios exageradamente ostensibles y de mozos impolutos prematuramente descompuestos. Han fracasado y esa es la verdad, que es hoy demasiado parecida a la realidad que resulta inocultable.

Estamos combatiendo a una peligrosa, sanguinaria y cruel corporación y no será exitoso hacerlo con una dirección de mampostería y con estrategas de vuelo gallináceo resignados a conformarse con pequeñas cuotas de poder, sin reparar ni reaccionar ante la evidente realidad: el país al que dicen defender se va reduciendo a un moridero de gente arruinada. 

¡Qué vergüenza tan grande me estremece el alma al ver cómo va quedando reducida a estropicios, aquella esperanza fulgurante que ahora la intransigencia condena a ser un efímero esplendor! Es aquí donde Juan Guaidó tiene la palabra y la responsabilidad para que se decida entre la lealtad sumisa a un grupo o escalar la atalaya de la dignidad para guiar, junto a todos, la resistencia gloriosa por la libertad de Venezuela.

@alcaldeledezma

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