Por Mitzy Capriles de Ledezma
¡Oxígeno, oxígeno! Ese es el clamor más sentido en Venezuela en torno a los pacientes de la Covid-19. Los familiares a cargo de sus parientes enfermos por la bravura de la pandemia, no cuentan con los servicios a la mano de ese recurso vital para que los pacientes puedan darle la pelea a la amenaza de quedar sin aliento. ¡Los cuentos son aterradores! La desesperación de la gente es comprensible y la impotencia de quienes seguimos de cerca semejante calamidad, es sencillamente desesperante.
Lo que leemos en los portales sobre la escasez del servicio de oxígeno en los hospitales, es realmente patético. Bueno, es que ni siquiera tienen agua, tal como lo confesó en reciente conferencia con vecinos de Caracas el presidente de la Academia de Medicina de Venezuela, el Dr. López Loyo, al asegurar que: “en más del 85% de los centros de salud no hay servicios de agua potable ni de luz eléctrica”. Está más que claro que en un país arruinado en ese campo, un régimen del talante que usurpa los poderes, no estará en capacidad de garantizar la vida de los ciudadanos.
Las clínicas privadas están abarrotadas, no solo en la capital del país, es que la crisis abarca a todos los estados y por esa razón la demanda de camas de hospitalización se incrementa en todas partes. Y la respuesta es que no se dan abasto los hospitales públicos para tanta demanda de asistencia, ni en los campamentos habilitados para atender la emergencia, cuya capacidad es muy deficiente, según los relatos de los propios pacientes o de familiares que tratan de hacer lo posible por asistirlos de alguna manera.
Lo cierto es que la gente clama por oxígeno, ese que tanta falta hace en Venezuela, pero que Maduro se da el tupé de regalar a la ciudad de Amazonas en Brasil, según sus propias declaraciones: “estamos enviando oxígeno de manera permanente a la capital del estado de Amazonas y a la ciudad de Boa Vista”, comentó Maduro durante el encuentro Bicentenario de los Pueblos. Como se dice en el argot refranero: “claridad para la calle y oscuridad para la casa”.
Mientras tanto ciudadanos venezolanos tratan de arreglárselas, en medio de la crisis económica familiar, para conseguir una bombona que al mes implica pagar 90 dólares, más los 35 dólares por la recarga y a eso hay que sumarle los depósitos en dólares como garantía del cilindro y del barómetro alquilado. Eso es un doloroso viacrucis, una tragedia para una ciudadanía que bastante sufre ya con la escasez de todo, para no tener que especificar lo que todo el mundo sabe que no hay en Venezuela.