Pocas cosas en el mundo ocasionan tanta pasión como el teatro. Que no es nuestro, que sí lo es, que es griego y tragicómico, que somos latinos y se nos da más la comedia porque debemos reírnos de nosotros mismos para no llorar. Sin embargo, en algún momento nadie sabe si es risa o llanto, porque las lágrimas salen a chorros cuando el estómago es golpeado por el humor desenfrenado, así se expresaba Miguel Rolando Cruz.
En la cabeza del autor Miguel Rolando Cruz, siempre estuvo su pasión por las artes desde que dio sus primeros pasos en la escuela de Lila Álvarez Sierra, en el teatro nacional. Dedicó toda su niñez y juventud al teatro, formando parte del movimiento renovador de la escena y la literatura teatral del país.
“¡Que somos los latinos de América! Y aquí lo que impera es el realismo mágico anárquico, ¿a quién le importa si en vez de sentarnos en las butacas nos metemos de una hasta los tuétanos de una compañía ficticia? Hay muchas personas que tienen dos cucarachas jugando domino en la cabeza. ¡Ay, si supieran ustedes el ingenio que se necesita para ganar esas partidas! Y el valor de los de mi especie para meterse ahí y burlarse mientras ustedes duermen”, exclamaba Cruz.
Comenta su hermana, Helianta Cruz, que sus días transcurrieron entre escenografía y telón; principio y aplauso. Sus palabras siempre eran “se abre el telón y comienza la magia, pero al salir de aquí caerán sus máscaras y seguirá vivo por siempre y para siempre la radiografía del teatro”, indicó su hermana al recordarlo a cinco meses de su partida física.AMR/jd