Hitchcock también se lee
Revelar los trucos de un mago está terminantemente prohibido. Pero nada puede hacerse ante el irresistible impulso de saber cómo la chica es cortada en dos y luego aparece de una pieza, saludando al público con su mejor sonrisa. Lo mismo puede aplicarse a Alfred Hitchcock, el conocido como «mago del suspense», en esa permanente contradicción de ocultar al público sus intenciones y desnudar con sus películas las más bajas pasiones del alma humana.
‘El cine según Hitchcock’, el legendario libro de entrevistas que François Truffaut publicó en 1966, crimen perfecto que Kent Jones trata de resolver en el documental ‘Hitchcock/Truffaut’, es el texto definitivo sobre su vida y su obra. En aquellos intensos días que compartieron con un magnetofón y una traductora,ambos cineastas intercambiaron confidencias, anécdotas, preguntas sin respuesta y respuestas sin preguntas, claves, indicios, recursos estilísticos… una completa cartografía, no ya de la visión de ambos sobre el cine, sino del cine mismo. Aunque la edición más popular, por razones obvias, es la de bolsillo (Alianza Editorial), la conocida como Edición definitiva publicada por Akal (muy valorada en el mercado de segunda mano) es todo un festín de gran formato para los más fetichistas, con secuencias completas fotograma a fotograma como la de la ducha en ‘Psicosis’ que aclaran y acompañan el texto de forma ejemplar.
Aunque en sus páginas está todo lo que cualquiera (cinéfilo o no) necesita saber sobre Hitchcock y nunca se atrevió a preguntar, la producción de libros sobre el director de ‘La ventana indiscreta’ es tan variopinta como interesante. Antes de la aparición del libro de Truffaut, dos de sus compinches críticos, a punto de convertirse en directores de la Nouvelle Vague, publicaron el primer ensayo que reivindicaba el valor del cine de Hitchcock, más allá de la reputación de su infalible olfato comercial.
El ‘Hitchcock’ (Manantial) de Claude Chabrol y Eric Rohmer es un breve análisis de su trayectoria hasta 1957, año de su publicación, que ayudó a cimentar la «política de los autores» y fue precursor del libro de Truffaut. Aquí desfilan las constantes de su filmografía, ya sean la transferencia de culpabilidad, el valor de los objetos o la subversión de lo cotidiano ante los eventos extraordinarios. Cada uno a su estilo, desmenuzan hasta el detalle cada una de sus películas, con lúcidos pasajes como éste a propósito de ‘Pánico en la escena’: «Hitchcock ha encontrado el medio de hacer comprender lo que piensan los seres más allá de las palabras, y de volver apasionante ese intercambio de pensamientos que se buscan, se encuentran o se rehúyen. Cuando Eve y el inspector Smith suben al coche, ella es una jovencita, él un detective. Hablan de asuntos triviales. Cuando el taxi se detiene, la que baja es una pareja de enamorados sin que uno haya esbozado el menor gesto hacia el otro.Más que un travelling de treinta kilómetros, esto merece el nombre de virtuosismo».
Quién más se ha afanado por descubrir los secretos tras la vida y obra del cineasta inglés ha sido Donald Spoto, uno de los biógrafos más incisivos del Hollywood clásico, acostumbrado a indagar entre documentos, correspondencia privada, hemerotecas y los rincones más oscuros y siniestros de Los Ángeles. Primero escribió el texto de referencia ‘El arte de Alfred Hitchcock’, una aproximación crítica a su obra.
Luego buceó en los archivos privados de David O. Selznick para publicar ‘La cara oculta del genio’ (T & B Editores), su biografía más descarnada y accesible, en la que entrevistas con guionistas, actores y colaboradores desvelan las facetas más controvertidas de Hitchcock (según el propio autor, «un almacén de todo cuanto de contradictorio hay en la naturaleza humana»). Finalmente, se centró en su oscuro objeto de deseo en ‘Las damas de Hitchcock’ (Lumen), libro en el que explora su tortuosa y compleja relación con esa colección de rubias frías y sofisticadas integrada por Ingrid Bergman, Grace Kelly, Eva Marie Saint, Kim Novak, Janet Leigh y Tippi Hedren.
Al igual que David Fincher, Martin Scorsese y los demás cineastas que reflexionan sobre el director londinense en el documental de Kent Jones, Guillermo del Toro está influido y fascinado a partes iguales por toda su obra, como demuestra ‘Hitchcock por Guillermo del Toro» (Espasa). Escrito originalmente en 1990, cuando el cineasta mexicano era un veinteañero experto en efectos especiales, varios años antes de dar sus primeros pasos como director, el texto es un «Hitchcock para principiantes de fácil consulta y acceso», una antología crítica que repasa una a una sus películas y varios de los episodios que dirigió para televisión.
Con un tono divertido y siempre ameno, desmitifica algunas de sus películas ydefiende el período inglés como resumen o germen de toda su producción posterior. Su retrato es tan entusiasta como esclarecedor: «un hombre amable y sereno que ofrece un brillante vaso de leche ‘cargada’, de quien no se puede esperar tal comportamiento. Un profesional responsable a quien los productores confían dinero para crear películas ‘divertidas’. Un anarquista de traje y corbata negros. Un payaso que regala bombones rellenos de cianuro. El criminal más perfecto que haya creado nunca Hitch fue él mismo: Hitchcock, el monstruo confiable del barrio que, contra lo que sucede con otros auteurs subversivos, siempre fue accesible y obtuvo una gran aceptación popular. Lo sorprendente, entonces, no es sólo la calidad de su veneno, sino la adicción que éste creó».
Perdido entre la producción editorial posterior, descatalogado y casi olvidado, conviene rescatar una pequeña joya: ‘Alfred Hitchcock’ (Ediciones JC) de José María Carreño, crítico y cineasta que ofrece una visión personal y poética de diez de las películas del responsable de tantos y tan buenos malos ratos. Su búsqueda no es lineal, ni pretende ser exhaustiva.
Es la visión profundamente subjetiva de alguien subyugado por la magia del mejor de los magos y sus protagonistas habituales, «criaturas de lo cotidiano que, sin previo aviso, ven destruida su habitual tranquilidad para descubrir, muy a su pesar, que la solidez de sus corduras, la lógica de sus conceptos y el orden de sus vidas son absolutamente precarios, sometidos a los invisibles hilos de un destino caprichoso». El disfrute de Hitchcock proporcionando imágenes y tramas en las que el sufrimiento de los protagonistas se muestra en primer término sólo es comparable con nuestro disfrute viéndolos sufrir. Carreño plantea la pregunta adecuada: «¿Es Hitchcock el sádico o somos nosotros?».