* Derrotó 4-2 a Croacia en la final de Rusia 2018 con goles de Mbappé, Griezmann y Pogba
Veinte años después de lograrlo en París, con Didier Deschamps como capitán y con Zinedine Zidane de gran figura, Francia derrotó 4-2 a Croacia para convertirse por segunda vez en su historia en campeona del mundo, esta vez en Moscú.
El coliseo del Luzhniki fue el magno escenario de un cambio de orden en Rusia 2018, y quizá de estilo tras el buen gusto del juego combinativo de España en 2010 y de Alemania en Brasil 2014.
Francia lideró un modo que apuesta más por la firmeza defensiva, por el orden, el equilibrio, el aprovechamiento al máximo del balón parado, el vértigo de Kylian Mbappé y la calidad de Antoine Griezmann.
Croacia no decepcionó, ni mucho menos. Jugó sus armas con todo lo que el corazón le dio tras el gran desgaste acumulado, pero un tanto en propia meta y un gol de penalti señalado a través del VAR dinamitaron su moral. Con el tercer tanto, premio al buen trabajo de Paul Pogba, ya se vino abajo.
Deschamps cumplió con lo previsto. Formó con el once de gala, el que tan buenos réditos le dio a lo largo del torneo. El del músculo en la medular, la velocidad de Mbappé, el talento de Griezmann, el trabajo de Olivier Giroud y la firmeza atrás.
Zlatko Dalic también apostó por su equipo titular después de que en las últimas horas se hubiera especulado con la baja de algunos de los héroes, principalmente la de Ivan Perisic, determinante en la semifinal ante Inglaterra y que parecía que no llegaría a tiempo.
En el tablero del Luzhniki, por lo tanto, estaban puestas todas las primeras piezas, las que marcan los diferentes estilos y los modelos que han llevado hasta aquí a estas dos escuadras para renovar el panorama futbolístico mundial.
Lección aprendida para los Bleus
Deschamps y sus hombres aseguraban que habían aprendido los errores que les costaron hace dos años el título europeo en casa y que ello les llevaría a su segunda corona mundial veinte años después de ganarla en Saint Denis.
Dalic y su armada ya habían hecho historia, pero querían agrandarla y entrar en el olimpo de los campeones mundiales para escribir la página más dorada, también veinte años después de que la generación del 98 que lideraban Davor Suker, Zvonimir Boban y Robert Prosinecki se acabara colgando el bronce tras caer precisamente ante Francia en semifinales.
A pesar de la teórica mayor fatiga por haber acumulado tres prórrogas, es decir, haber jugado un partido más, Croacia asumió su rol. Fue valiente. No dudó en llevar las riendas de la final.
Francia, encantada, entregó el balón a Luka Modric, Ivan Rakitic y compañía, a la espera de enganchar una contra o un balón parado.
No necesitaban los Bleus ser dominadores del partido. Lo único que precisaban era un balón cerca del área de Danijel Subasic. Aun siendo aparentemente inferiores lo encontraron. Griezmann cobró la falta y un toque desafortunado de Mario Mandzukic, el hombre que situó a Croacia en la lucha por la gloria, se metió el primer autogol en la historia de las finales y adelantó a Francia (minuto 18).
Aunque pareció acusar el mazazo tardó tan solo diez minutos en devolver el golpe. Otra falta, cobrada hacia la derecha por Modric, toque de cabeza hacia dentro del área, Domagoj Vida bajó el balón hacia atrás e Ivan Perisic hizo el resto con un recorte y un disparo cruzado (28).
Para su desgracia, Francia rápidamente encontró un saque de esquina. Griezmann lo cobró y el propio Perisic desvió de nuevo a córner. Los franceses reclamaron mano mientras el árbitro Néstor Pitana daba inicialmente continuidad al choque.
En cambio, desde el VAR le avisaron que algo había ocurrido. El argentino atendió la situación y acabó por decretar pena máxima, la primera en una final en la historia del videoarbitraje. Griezmann no lo desaprovechó ante Subasic (38).
Sentencia en el segundo tiempo
Sin hacer nada extraordinario, Francia volvía a tomar la delantera y castigaba a una Croacia a la que le fallaron las piernas en el segundo tiempo.
Tras el salto al campo de cuatro espontáneos rápidamente reducidos, una cabalgada de Mbappé acabó con gol de Pogba (59), que dejó a Croacia al borde del nocaut. Mbappe lo aprovechó de inmediato con otro latigazo fuera del área y puso 4-1 con más de veinte minutos por delante (65).
La final estaba decantada mucho antes de lo esperado. Pero un clamoroso error del portero Hugo Lloris ante Mandzukic permitió al delantero croata dar una mínima luz de esperanza a su equipo, y restar tranquilidad a Francia, sabedora que Croacia, que estuvo cerca de la eliminación en la previa y sufrió como el que más en este Mundial, acaba volviendo siempre.
Esa fe inquebrantable de los croatas fue la que mantuvo vivo el partido hasta el final. Otro equipo habría caído hasta sonoramente goleado y golpeado. Croacia, en un día ni mucho menos brillante de sus grandes motores futbolísticos, Modric y Rakitic, no se rindió nunca.
El conjunto ajedrezado cayó, pero lo hizo con honor y haciendo historia. Lo de Francia tiene mucho mérito. Efectivamente aprendió la lección de Portugal en la final dela Eurocopa 2016. Lo demostró en todo el Mundial.
Deschamps supo recomponer la figura de un conjunto armado, un bloque sólido con esas dosis de gran calidad y eficacia que son imprescindibles para hacer algo tan grande como ganar un Mundial.