El sufrimiento por la crisis política y económica tiene un alivio en la fe

Rómulo Herrera

César Enrique siempre ha sido un firme creyente católico, apostólico y romano, como decían antes, pero la crisis prolongada que afectó a la familia que recién estaba formando, hizo que su fe parpadeara.

-No maldigas ni blasfemes porque eso se vuelve en tu contra, le dijo el sacerdote con reproche.

Sí, sus amigos también se lo decían y él mismo estaba convencido de que es feo maldecir, aunque a veces él tenía sus razones…

-Perdóneme padre, pero es que tengo una seguidilla de cosas malas que están afectando hasta mi estabilidad emocional, estoy perdiendo la paz mental. Me siento desamparado…

Se hizo el silencio.

A lo lejos un coro ensayaba cánticos:

“Acepta este sacrificio

oh Augusta Trinidad que el pueblo te ha presentado…

La voz del cura lo sacó de su ensimismamiento.

-Escucha, hijo mío los venezolanos vivimos hoy una crisis económica y política que lo cubre todo con un manto de desesperanza. Quienes fueron electos para administrar el país aplican el mismo sistema que tiene a Cuba sumida en 66 años de sufrimiento, y de nada vale que en Venezuela estemos produciendo por encima del millón de barriles de petróleo diarios, porque es el sistema el que no funciona allá ni acá. Pero, no te rindas, aún hay muchas oportuni- dades para vivir honestamente en este país y en La Guaira.

Todo eso del sufrimiento en la isla de Cuba, él lo sabía, ¿qué duda cabe? Casi lo vivió en carne propia con los sentidos relatos del Padre Agnelio Blanco, mano derecha de monseñor Boza Masvidal, en la Catedral San Felipe Neri de Los Teques, quien estuvo entre los miles que expulsó Fidel Castro, luego de martirizarlos.

Pero, eso no lo ayudaba en nada, era un niño cuando comenzó la revolución en la Venezuela petrolera y ahora casi todos vivían en la miseria. Se habían equivocado una vez, 26 años ha, y ¿tenían que seguir pagando un castigo?, cuando solo falta que el Gobierno cambie de rumbo y abrace el sistema chino. Era mucho sufrimiento y este domingo, 23 de febrero de 2025, el hambre que seguía tocando a su puerta desde los últimos meses, se estaba uniendo a la soledad, el estrés y a los malos pensamientos consiguientes.

-Padre yo no encuentro esas oportunidades, aunque Dios es testigo de que mucho las he buscado. Yo he pensado hasta en robar, así de angustiado me encuentro.

-¿Robar? ¡Ni lo intentes!

El tono del sacerdote fue de alarma.

-El séptimo mandamiento de la Ley de Dios es no robarás y el décimo reza ‘no codiciarás bienes ajenos…’”

Ahora escuchaba que le cantaban desde adentro, ya no era el coro de la Catedral de Los Teques, empezó a escuchar la voz de @adriánosorio, quien lo consolaba con sus canciones religiosas cuando levitaba en la soledad de sus extravíos nocturnos:

“No tengas miedo, yo estoy contigo

 Ánimo, no desmayes, seré tu abrigo”.

“Cuando sientas que no hay nada

Mira al cielo

Y si las fuerzas se te acaban

tú ten fe”

-…robar es como apostar poniendo la propia vida en la balanza por un alivio temporal. Máxime en La Guaira de estos tiempos, cuando alguien te puede matar en defensa desesperada de lo que tanto esfuerzo le ha costado o te puede acribillar la policía que está preparada para matar, alcanzó a escuchar.

-Lo sé, lo sé. Pero, ¿hasta cuándo este sufrimiento?

Mi esposa me repetía, antes de emigrar a Lima con mi hija, recordó para sus adentros:

“Tú lo que estás es salao, bañate con cariaquito morao…” y ese era el comienzo de la lectura casi diaria de su lista cronológica histórica y casi histérica de mis fracasos.

“Tú no tienes carácter (seguía recordando), por eso cualquiera te patea”, y me pateaba ella otra vez, como para que yo no perdiera la costumbre. Hasta mi hija que me amaba y a quien yo quería tanto, poco a poco me fue perdiendo el amor y el respeto, todo porque yo ya no producía suficiente dinero para cubrir con decoro las exigencias del hogar. Me hicieron sentir como supongo se sentía Gregorio Samsa, el personaje de La Metamorfosis, de Franz Kafka: Una cucaracha enorme.

-Padre -retomó la palabra -, mi mamá insistió, insistió, y fue quien me convenció de buscar la ayuda de Dios, que por lo demás yo siempre invoco. Mi esposa me dejó, perdí mi trabajo de muchos años, compré una moto china, que pide muchos repuestos, y como mototaxista es muy poco lo que se hace en la competencia diaria con mis colegas, con los taxistas y con los usuarios que piden rebaja por todo y para todo. He bajado mucho mi calidad de vida, sufro mucho y temo perder mi salud mental. ¡Ayúdeme!

-Ten valor y fe. Dios te manda pruebas y al final, tendrás tu recompensa, persevera. El tiempo había pasado y otros dos feligreses esperaban. César Enrique se sentía más aliviado. Él era un hombre de fe y las palabras del representante de Dios, le daban alivio.

-Reza un Padre Nuestro todas las noches antes de acostarte por un mes y no te rindas, sigue adelante luchando, como siempre has luchado, con mucho esfuerzo, estudiando, preparándote cada día. No importa que ya hayas estudiado, sigue formándote que el conocimiento no ocupa espacio y te será útil en Venezuela o en cualquier parte que vayas.

-Así lo haré, Padre, expresó con recogimiento. Salió a la calle. El sol brillaba esplendente. El ambiente era fresco y el aire limpio. Consultó, como era su costumbre, el Instagram de La Verdad y escuchó las palabras del gobernador José Alejandro Terán: “Tengo los hospitales full de motorizados que han sufrido accidentes. Luego van a pedir ayuda a mi esposa María Teresa en la Fundación del Niño.

Ella tiene un gran corazón, pero, no puede apoyar a tantos accidentados que entre clavos, insumos y medicinas consumen entre 4.000 y 5.000 dólares. Es mucho dinero. Esto es un problema de salud pública y por eso tenemos que ponerle freno aplicándoles multas severas…”. “La Guaira es hermosa”, pensó mientras subía a su moto, una Empire, naturalmente.

Iba feliz por la avenida Soublette hacia los edificios de la Gran Misión Vivienda Venezuela que construyeron al lado del hotel Meliá Caribe, en Caraballeda, las Opppe 22, 23. En uno de esos edificios que tienen filtraciones y las cloacas se rebosan a menudo, había alquilado una habitación. La brisa fresca golpeaba su rostro, bajó la velocidad para evadir unas aguas negras, aceleró, volvió a bajar por más aguas servidas, volvió a acelerar. Estaba más ligero después del hablar con el sacerdote, sentía que era feliz, otra vez. Pero, de pronto cayó en una boca de visita sin tapa y fue lanzado durísimo hacia el cielo, cayó, rodó, siguió rodando y finalmente paró.

Su ropa dominguera que tanto cuidaba estaba hecha harapos, nada le dolía, no sentía nada. Estaba boca arriba, mirando al infinito. Trató de elevar sus manos para clamar a Dios. Intento vano. Perdió el sentido. Buenos samaritanos acudieron en su auxilio, y lo colocaron a un lado de la vía con mucho cuidado, sabían que si lo movían bruscamente podían causarle problemas irreversibles en la columna que lo mantendrían paralítico para toda la vida. No había prisa, ya habían llamado a emergencias y era cuestión de esperar un poco.

 Pronto llegaron los paramédicos y lo montaron con cuidado en la camilla, lo amarraron y luego lo subieron en la moderna ambulancia que parecía de las de Andrés Goncalves. César Enrique estaba como levitando y a medio despertar se le escuchó balbucir: ¡No me mandes más pruebas, Señor!

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