El hambre no perdona
Wilmer Martínez Añez.- [email protected] El consumo de narcóticos llevó a Mario Ávila a la indigencia hace seis meses, cuando por falta de recursos tuvo que abandonar su vivienda en Catia la Mar porque no tenía para pagar el alquiler. Ahora duerme en la entrada de un comercio de chinos, cerca de la oficina del Ministerio Público, en La Atlántida.
Desde entonces ha tenido que hurgar en la basura en busca de alimento, sobre todo la del Mercado Comunitario, donde encuentra la mayor cantidad para saciar su hambre.
A veces ha tenido la suerte de comprar alas de pollo con el dinero que consigue con la venta de artículos reciclables. “Me pagan el kilo de cobre en Bs. 700 y a Bs. 10 las botellas pequeñas, mientras que las grandes, Bs. 20”.
Víctima de agresiones
Hace 15 días, Ávila fue víctima de una banda de motorizados que intentó lincharlo en horas de la madrugada en La Atlántida. “No lograron cumplir su cometido porque de inmediato saqué un cuchillo que utilizo para mi defensa”.
Manifiesta que para los indigentes es imposible descansar en la calle, pues tienen que estar atentos al cualquier movimiento que ocurra cerca de donde se encuentran. “Hay personas que agreden sin razón. Esto es un pueblo sin ley”.
Ávila tiene tres hermanos en Catia la Mar, quienes le dieron la espalda al darse cuenta que no está dispuesto a cambiar. “Ellos me tendieron la mano y apoyaron, pero yo les he fallado y ahora no quieren saber de mí. No sé nada de mi mamá porque vive en España y mi padre falleció hace bastantes años”.
Este hombre ha vivido en la Misión Negra Hipólita y la Fundación Sol de Vargas, de donde se ha escapado porque, a su juicio, hay mucha discriminación. “No atienden a todo el mundo, solo a quienes les parece, por eso no he regresado”. /ep