Diario La Verdad de Vargas

Todos deberíamos leer al ganador del Premio Cervantes Rafael Cadenas

No estoy solo, Rafael Cadenas es un sufriente venezolano como yo, y aún más. Este hermano nos hace leves las cargas de tristeza, y nos hace sentir sufrientes enanos, ante la inmensidad de sus laberintos.

¡Qué lástima no haberte descubierto antes! Porque, aunque llevamos años oyendo tu nombre, fue este viernes 11/11, cuando motivados por el Premio Cervantes, otorgado por España hurgamos en tu obra y leímos por primera vez Derrota.

Que oportuno, cuánta vigencia en este poema ideal para drenar nuestras frustraciones de hoy y de siempre.

-Lo escribió hace muchos años. Creo que estaba pasando por una depresión, me escribíó la editora de las revistas Con Clase y Golf Venezuela, Frahancis Herrera, mi hermana.

-¡Otro nivel!, le respondo, porque si es por estar deprimido, el 95% de los venezolanos, dentro y fuera del país, estamos en modo depresivo, bien sea por el hambre y la desesperanza adentro o por el dolor lacerante del desarraigo afuera, le contesto.

Y no puedo evitar volver a pensar que este poema resume en Rafael Cadenas, el sufrimiento y las frustraciones de cientos de miles de seres humanos.

Ahora hasta vergüenza me dan mis desvelos por los muchos sinsabores, son tan pocos.
Lean Derrota y sigan la obra de Rafael Cadenas, premio Miguel de Cervantes 2022.

Rómulo Herrera

No es un poeta de multitudes, pero tampoco un poeta para poetas, que es la etiqueta algo precipitada con que suele descalificarse a los escritores poco convencionales. De hecho, Rafael Cadenas (Barquisimeto, Venezuela, 1930) no es un poeta especialmente difícil de leer, aunque, como sucede con tantos otros, se necesita un poco de paciencia, no mucha, para entrar en su portentoso mundo poético.

El Premio Cervantes 2022 no es de un escritor que haya renunciado a su propia manera de ser, de comportarse y de escribir para alcanzar fama o reconocimiento. “No quiero estilo,/sino honradez”, dice en dos versos reveladores. El escritor y crítico Darío Jaramillo ha dicho de él: «Cadenas posee el don de la fluidez (…) Poesía de creciente prestigio entre poetas, a pesar de lo cual se deja leer con verdadera pasión por los simples mortales».

Para los lectores que no lo hayan leído o les falten referencias sobre su literatura, reproducimos uno de sus textos más célebres, un poema que, dicho en los términos hiperbólicos a que autoriza una admiración sin reservas, él solo podría valer un Premio Cervantes. Su título es ‘Derrota’ y está incluido en el libro ‘Obra entera’ que publicó inicialmente el Fondo de Cultura Económica de México y más tarde Editorial Pre-Textos.

DERROTA

Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)

que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos
que me arrimo a las paredes para no caer del todo

que soy objeto de risa para mí mismo

que creí que mi padre era eterno

que he sido humillado por profesores de literatura

que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada

que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida

que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo

que tengo vergüenza por actos que no he cometido

que poco me ha faltado para echar a correr por la calle

que he perdido un centro que nunca tuve

que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo

que no encontraré nunca quién me soporte

que fui preterido en aras de personas más miserables que yo

que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más burlado en mi ridícula ambición

que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados

que yo (“Ud. es muy quedado, avíspese despierte”)

que nunca podré viajar a la India

que he recibido favores sin dar nada a cambio

que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma

que me dejo llevar por los otros

que no tengo personalidad ni quiero tenerla

que todo el día tapo mi rebelión

que no me he ido a las guerrillas

que no he hecho nada por mi pueblo

que no soy de las Faln y me desespero por todas esas cosas y por otras cuya enumeración sería interminable

que no puedo salir de mi prisión

que he sido dado de baja en todas partes por inútil

que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno

que me niego a reconocer los hechos

que siempre babeo sobre mi historia

que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento

que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo

que no lloro cuando siento deseos de hacerlo

que llego tarde a todo

que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas

que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable

que no soy lo que soy ni lo que no soy

que a pesar de todo tengo un orgullo satánico

aunque a ciertas horas haya sido humilde hasta igualarme a las piedras

que he vivido quince años en el mismo círculo

que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado

que nunca usaré corbata

que no encuentro mi cuerpo

que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme, barrer todo y crear de mi indolencia, mi flotación, mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente me suicido al alcance de la mano

me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros y de mí hasta el día del juicio final.

YO PERTENECÍA a un pueblo de grandes comedores de serpientes, sensuales, vehementes, silenciosos y aptos para enloquecer de amor. Pero mi raza era de distinto linaje. Escrito está y lo saben -o lo suponen- quienes se ocupan en leer signos no expresamente manifestados que su austeridad tenía carácter proverbial. Era dable advertirla, hurgando un poco la historia de los derrumbes humanos, en los portones de sus casas, en sus trajes, en sus vocablos. De ella me viene el gusto por las alcobas sombrías, las puertas a medio cerrar, los muebles primorosamente labrados, los sótanos guarnecidos, las cuevas fatigantes, los naipes donde el rostro de un rey como en exilio se fastidia.
Mis antepasados no habían danzado jamás a la luz de la luna, eran incapaces de leer las señales de las aves en el cielo como oscuros mandamientos de exterminio, desconocían el valor de los eximios fastos terrenales, eran inermes ante las maldiciones e ineptos para comprender las magnas ceremonias que las crónicas de mi pueblo registran con minucia, en rudo pero vigoroso estilo.
¡Ah! Yo descendía de bárbaros que habían robado de naciones adyacentes cierto pulimento de modos, pero mi suerte estaba decidida por sacerdotes semisalvajes que pronosticaban, ataviados de túnicas bermejas, desde unas rocas asombradas por gigantes palmeras.
Pero ellos -mis antepasados- si estaban aherrojados por rigideces inmemoriales en punto a espíritu, eran elásticos, raudos y seguros de cuerpo.
Yo no heredé sus virtudes.
Soy desmañado, camino lentamente y balanceándome por los hombros y adelantando, no torpe, mas sí con moroso movimiento un pie, después otro; la silenciosa locura me guarda de la molicie manteniéndome alerta como el soldado fiel a quien encomiendan la custodia de su destacamento, y como un matiz, sobrevivo en la indecisión.
Sin embargo, creía estar signado para altas empresas que con el tiempo me derribarían.

Rafael Cadenas, Premio Cervantes 2022
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