Desde el joven luchador que a los 15 años estuvo a punto de ser fusilado, hasta el hombre maduro, consciente de la gravedad de su enfermad que decide despedirse de la vida en sus propios términos, la libertad fue su pasión y su guía. Ahora, ante la necesidad de decirle adiós por su muerte, este 29 de junio, a los 80 años, duele la gran pérdida que sufre la nación cubana con su partida: que muchos en su isla no hayan podido leer sus ensayos, sus columnas periodísticas, sus novelas, no hayan asistido a una de sus comparecencias, no hayan disfrutado de su cordialidad, de su tolerancia, de sus comentarios inteligentes de hombre de mundo y a la vez de cubano cordial, porque ese era uno de sus mejores rasgos. “No hubo un día en su vida que Cuba no estuviera presente”, dijo desde España su hija, la periodista Gina Montaner.
“Mi padre defendió la libertad para vivir y para morir, y quería morir dignamente en sus términos, y lo hizo, es una decisión muy meditada”, contó Gina sobre el gesto valiente de Montaner que padecía una enfermedad neurodegenerativa, parálisis supra nuclear progresiva, y se decidió por la eutanasia, en consonancia con su “defensa de las libertades individuales”. Montaner (nacido el 3 de abril de 1943 en La Habana) falleció en Madrid, la ciudad que lo acogió en los años 70´ junto con su esposa Linda, cuando eran unos veinteañeros que dejaban atrás su patria con la confusión y el dolor del momento. Allí educó a sus hijos, triunfó como empresario con Firmas Press y la Editorial Playor, e hizo de su casa un lugar de acogida para intelectuales cubanos, españoles y latinoamericanos. En Madrid también presenció uno de los momentos históricos que le sirvieron de brújula para su sueño de la libertad para Cuba, la transición de la dictadura franquista a la democracia.
“Fue una gran educación ver esa transición que él siempre soñó para Cuba”, dijo Gina. “Ver cómo era posible ir de los grandes odios y rencores a un consenso nacional, para pasar página y llegar a la democracia. Eso lo inspiró, para su andadura, para crear la Plataforma Democrática Cubana, que fue uno de sus grandes aportes. Y esa es una asignatura pendiente de los cubanos, porque las dictaduras dejan muchas heridas y rencores”.
“Un cubano universal”, lo llama Daniel Morcate; “Uno de los grandes intelectuales latinoamericanos de nuestros tiempos”, lo describe Andrés Oppenheimer; “El canciller del exilio y la democracia porque fue recibido por presidentes y figuras mundiales”, lo nombra Juan Manuel Cao; “Un hombre muy bueno y bondadoso”, lo describe su hija Gina Montaner; “El primero de las figuras públicas y respetadas del exilio en apoyar a la oposición pacífica en Cuba”, dijo el ex prisionero político, activista y académico Sebastián Arcos Cazabón. “Fue el primero que levantó la bandera y dijo, son legítimos y hay que apoyarlos”, añadió Arcos Cazabón, director asociado del Instituto de Investigaciones Cubanas de Florida Internacional University, que entonces era un joven miembro del “Comité Cubano Pro Derechos Humanos”, fundado por Ricardo Bofill, con quien Montaner estaba en total sintonía”.
En los años 1980 y 1990, Arcos Cazabón escuchaba a Montaner por Radio Martí y leía las columnas que escribía en el Nuevo Herald, gracias al paquete de materiales informativos que le entregaba a la disidencia la Oficina de Intereses Norteamericana en Cuba.
“No era de extrañar que fuera Montaner el primero que entendiera la lucha pacífica en Cuba”, afirmó Arcos Cazabón, porque Montaner estaba muy enterado del panorama político mundial, de lo que pasaba en el bloque comunista, y conocía a líderes como Andrei Sajarov y Lech Walesa. Montaner también entendió muy bien la naturaleza de las relaciones entre Cuba y la Unión Soviética y que fue Fidel Castro quien “abrazó al oso ruso” y el que decidió intervenir en África y arrastró a los rusos”.
De la gran cantidad de pérdidas que ha infligido el castrismo a los cubanos de la isla, una de ellas es que se hayan perdido a un político y periodista como Carlos Alberto Montaner. “Los que no lo conocieron nunca se darán cuenta de lo que ha perdido la nación cubana”, se lamentó Arcos Cazabón.
Deja su impronta en periodistas y escritores
Una persona puede ser un gran intelectual, pero puede faltarle la fibra humana. “Mi padre tenía la fibra humana y luego era un intelectual”, afirma Gina.
A su hermano Carlos y a ella siempre les enseñó que “hay que ser generosos, buena persona y tolerante. Creía que la libertad se construye y se cultiva porque somos tolerantes”.
Montaner consiguió inspirar con sus ideas, su estilo periodístico, su discurso certero y amable y su sentido del humor a varias generaciones de periodistas cubanos y latinoamericanos.
“Fue un padre, un amigo, un guía, una persona que puso su experiencia y conocimiento al servicio de todos nosotros”, dijo el periodista y escritor Juan Manuel Cao, que hace unos días recibió su última llamada, que él no supo distinguir, era la de despedida, por la manera tranquila con que conversó Montaner.
Daniel Morcate, periodista que ha desarrollado una carrera extensa en Univision, destacó “su lucidez, honestidad intelectual y amor por Cuba, por la democracia y por la libertad. Pero, además, fue un gran amigo de sus amigos. Sumamente generoso. Me ayudó a orientar mi vida hacia el periodismo y la escritura. Su figura se agigantará en la memoria de los cubanos cuando nuestro querido país sea libre y democrático”.
Andrés Hernández Alende, que fue director de las páginas de Opinión de El Nuevo Herald, recibió la ayuda de Montaner cuando era un cubano inmigrante recién llegado a una España aquejada por el desempleo. Montaner le dio trabajo.
“En ese momento no tenía plazas vacantes en la editorial, pero me propuso trabajar de manera independiente, desde mi domicilio, mecanografiando trabajos de diversos autores que llegaban a Playor escritos a mano. Poco después, cuando fundó la agencia de prensa Firmas Press, me llamó para ofrecerme un empleo fijo. Allí, en una oficina en pleno centro de Madrid, me dedicaba cada semana a copiar, revisar, traducir y ayudar a distribuir a numerosos medios de prensa los artículos de decenas de escritores y periodistas, entre ellos Gastón Baquero, Fernando Arrabal, Hugh Thomas, Federico Jiménez Losantos, el propio Montaner y su hija, Gina”, cuenta Hernández Alende, ofreciendo un paneo por las grandes plumas que logró reunir Montaner. Era fácil saber cuando Montaner firmaba una columna por la elegancia de su prosa, la abundancia de información y conocimientos. Nunca hacía sentir al lector ignorante, sino enriquecido, porque escribía sin alardes.
“Su partida es el final de una era del exilio cubano. A la caída del imperio soviético del 89 a los 90 teníamos grandes esperanzas de volver a una Cuba libre, y lo veíamos como presidente ideal de la nación, en la transición a la democracia republicana”, dijo la periodista Olga Connor, que se benefició de su sabiduría como jefe.
“Tenía talento político, fiel devoción a las libertades individuales y a la justicia social, y un carácter conciliador, con intachable sentido del respeto público. Además, nunca perdía su típico buen humor cubano. Nos ha dejado un tesoro de columnas periodísticas y novelas que recogen la historia política de Cuba y de todo el mundo hispano”, añadió Connor. Alex Mena, director ejecutivo interino del Miami Herald y el Nuevo Herald, también destacó las “geniales y acertadas columnas semanales” de Carlos Alberto Montaner, que publicó durante más de 40 años en el Nuevo Herald.
“Con su forma de pensar y su amplio conocimiento, Montaner analizó y nos explicó cómo los movimientos del orden mundial afectan la vida diaria de aquellos que solamente quieren vivir en paz”, dijo Mena. “Como exiliado cubano fue un defensor de la libertad y la democracia, no solo en América Latina, sino en el mundo. Extrañaremos sus certeras palabras”. El escritor y columnista del Nuevo Herald y el Miami Herald Andrés Oppenheimer resume muy bien el aporte de Montaner como pensador, escritor y político.
“Cuando le pedí a Montaner hace algunas semanas que me enviara un párrafo indicando cuál cree que ha sido la idea más importante que trató de transmitir, me dijo que ha sido ‘difundir la idea de la libertad’. Efectivamente, una de las mayores contribuciones de Montaner ha sido difundir la idea de que la disyuntiva fundamental en nuestros días no es entre la derecha y la izquierda, sino entre la democracia y la dictadura”, dijo Oppenheimer al Nuevo Herald.
Montaner publicó más de una veintena de libros muchos de ellos traducidos al inglés, al portugués, el ruso y el italiano, dijo el grupo Penguin Ramdon House en un comunicado de prensa. Entre sus obras más conocidas están Manual del perfecto idiota latinoamericano, El regreso del idiota (escritas junto a Álvaro Vargas Llosa y Plinio Apuleyo Mendoza), La libertad y sus enemigos, Las raíces torcidas de América Latina, Las columnas de la libertad y Los latinoamericanos, La cultura occidental, La mujer del coronel. En 2012 publicó su cuarta novela, Otra vez adiós, y en 2019 sus memorias, Sin ir más lejos.
65 años de matrimonio
En un baile en el hotel Comodoro, en La Habana, Montaner conoció a su esposa Linda, con quien estuvo casado 65 años. “Fue una gran historia de amor”, dijo su hija Gina, contando que su padre ya le había echado el ojo a Linda, pero fue ese día que tuvieron el primer contacto. Una bomba explotó en las cercanías, eran los días convulsos del final del régimen de Fulgencio Batista y Montaner fue un poco de “héroe” y se acercó a Linda, cuenta Gina.
“Me agarró la mano y nunca más me la ha soltado”, cuenta Cao, que solía decir Montaner, como una prueba de su sentido del humor proverbial, que todos alaban.
“Para mi padre era muy importante tener una familia unida, y lo consiguió”, dijo Gina, indicando que estuvieron con él en sus últimos momentos.
Además de sus hijos Gina y Carlos y su esposa Linda, lo sobreviven sus nietas Paola, Gabriela y Claudia.
“Llegó la hora de recapitular. Hay que ir haciendo las maletas. Desaparecer es una actividad ingrata que solo se justifica porque es la única prueba irrefutable de que hemos vivido”, dijo Carlos Alberto Montaner a modo de despedida en sus memorias, Sin ir más lejos. (Tomado de El Nuevo Herald, escrito por Sarah Moreno, @SarahMoreno1585)