Desde hace meses, millones de ratones han aterrorizado a los habitantes de la región de Nueva Gales del Sur. Esta plaga ha causado estragos en los cultivos, ha dañado los cables eléctricos de los edificios e incluso se han reportado casos de pacientes en hospitales que han sido mordidos.
La plaga de ratones ha costado hasta ahora millones de dólares en daños a propiedades y cultivos, según reportó The Guardian. Esto ha llevado al Gobierno de Nueva Gales del Sur a crear un paquete de rescate de 50 millones de dólares y a acelerar la aprobación del veneno para ratones más mortífero del mundo.
Aunque esto pueda parecer extremo, las plagas de ratones son en realidad semirregulares en Australia, gracias a una confluencia de factores. Los ratones domésticos (Mus musculus) son una especie introducida en el continente, pero muy bien adaptada para soportar los duros años de sequías de Australia, prosperando una vez que las condiciones se vuelven favorables.
«Una sola pareja de ratones puede dar lugar a 500 ratones en una temporada de cría», explica Steve Henry, investigador de la agencia nacional de ciencia de Australia, la Csiro. Sin embargo, los brotes de esta envergadura son más raros, afirma.
«Hemos tenido un verano muy húmedo que ha dado lugar a grandes cosechas y al crecimiento de la vegetación, lo que ha provocado una gran cantidad de comida disponible para los ratones», explica la científica medioambiental de la Universidad Charles Sturt, Maggie Watson. «Si a eso le añadimos un otoño muy suave, estos ratones se están reproduciendo en proporciones de plaga».
Por desgracia, la defensa más eficaz que tienen los agricultores y residentes contra esta horda de voraces peludos es el veneno. El gobierno de Nueva Gales del Sur ha solicitado la aprobación urgente del organismo regulador de la Commonwealth para un pesticida de segunda generación llamado bromadiolona.
No obstante, científicos advierten de que el uso generalizado de este producto químico, normalmente restringido al despliegue dentro y alrededor de los edificios, solo causará más daño.
«Los rodenticidas de segunda generación pueden saturar toda la red alimentaria, afectando a todo, desde las babosas hasta los peces», escribieron para The Conversation el ecologista de fauna salvaje de la Universidad Edith Cowan, Robert Davis, y sus colegas.