Historia de Macuto, el paseo olvidado
Una cocada en Macuto
Cuando el general Marcos Pérez Jiménez inauguró la autopista Caracas-La Guaira se impuso una nueva moda en Caracas: ir en la noche, con la esposa, la novia, la mamá o ‘el segundo frente’ para Macuto a tomar una cocada.
Desde tiempos antiguos todos los buenos caraqueños suspiraban por el mar. La autopista convirtió a Caracas en un puerto, pues en 15 minutos se viajaba de Catia a Maiquetía. No quedó muchacho en la capital que no fuera a conocer el mar. Pedrito, alumno aplicado de la Escuela Zamora, en la Parroquia de San Juan, se orinó cuando vio la ola marina.
Ir de Caracas a La Guaira era una aventura. La vieja carretera con las curvas más peligrosas del mundo, según los exagerados venezolanos, obligaba a jóvenes y viejos a viajar con un periódico doblado en el estómago ‘para evitar el mareo’. En aquel entonces el gran objetivo de todo ciudadano, que se distinguía, era disfrutar las vacaciones en el primer balneario del país.
‘¡Niñitas!’, gritaba la señora, después de hablar en voz baja con el marido, ‘nos salió temperamento en Macuto, y si Dios quiere, nos vamos el sábado. Niñitas, mucho cuidado, no quiero que el nombre de ninguna de ustedes sea objeto de chismes y murmuraciones. Recuerden que en Caracas todo se sabe…’.
Las muchachas respondían con su ‘¡Jesús, mamá, quien te escuche va a creer que somos una zafadas!’… Pero sonreían las muy pícaras, porque sabían lo que les esperaba.
En Macuto se dan cita los ‘patiquines’ más audaces de Caracas. Y las muchachas sudan frío cuando los ven.
En el célebre parque de Macuto, cuyo palomar nació en la mente del poeta Andrés Mata, fundador de El Universal, mujeres muy bellas paseaban, abanico en mano, sonriendo a los vitoqueados mozos, quienes de acuerdo con la urbanidad de Carreño, nunca perdían la compostura, así la dama, fingiendo estar distraída, se inclinara a recoger una rosa y ‘sin querer’ mostrara una bella pierna.
Macuto fue literariamente privilegiado. Los grandes escritores costumbristas y periodistas de Venezuela lo retrataron en novelas, crónicas y reportajes.
Guzmán, Castro y Gómez visitaban el balneario. A Guzmán se le metió en la cabeza que Macuto no era Macuto, sino Biarritz, y hablaba francés por el malecón. ¡Qué bolas!
El Benemérito solía sentarse bajo la sombra de una uva de playa, en donde escuchaban chismes e historias. Muchos llegaron a pensar que el Gómez de Macuto era distinto al de Maracay, e iban a rogarle que pusiera en libertad al marido, al padre o al hijo, pero se equivocaban. Castro también cedió a la magia de Macuto y allí selló su suerte política, cuando los médicos ‘lo esperaron sin operarlo’ y recomendaron que fuera al exterior a curarse. Los cirujanos tenían miedo. Si ‘el siempre invicto’ se quedaba en la mesa de operaciones, ninguno quedaría vivo para contar el cuento.
Macuto, no morirá. Es la gran oportunidad de volver a nacer con su fisonomía antigua. Las palomas volverán a su plaza, y en el año 2100 más de una pareja aerodinámica se besará tras saborear una cocada. Y a lo mejor se acuestan en una habitación cibernética del hotel Miramar.
Así son las cosas.
Oscar Yanes, 1999.