Venezuela o la continuación de la nada

Hace unas semanas escribí un artículo sobre cohabitación y cogobierno en Venezuela, como un mecanismo para salir de la crisis política, social, económica, productiva, humanitaria y migratoria en la que se encuentra el país. Valoro enormemente la repercusión que tuvo (positiva y negativa). El concepto de por sí no intentaba ser novedoso. De hecho ya habíamos presentado esta idea en el 2017, incluso nos habíamos tomado el trabajo de proponer las adaptaciones institucionales que era necesario formular en función de esta propuesta.

Es claro que Venezuela se encuentra en un infierno, un infierno sin salida ya que todas las fórmulas ensayadas hasta ahora esencialmente proponen o la continuidad de lo que está, bajo la sombra de cierta mezquina legitimidad, o borrar todo lo que hay para empezar de nuevo. Las hipótesis que hablan de la primera posibilidad son de continuidad y por lo tanto la repetición de todos los errores y todos los problemas que enfrentamos ahora. En cuanto al concepto de borrar todo, verdaderamente tiene una gran dificultad y es pensar que el chavismo desaparecerá de la faz de la tierra por generación o degeneración espontánea, hipótesis que definitivamente no es realista.

Por supuesto, quiero una solución que sea realizable y es responsabilidad de venezolanas y venezolanos que así sea y también de la comunidad internacional que no necesariamente debe dar por sentado y aceptadas todas las actividades criminales que se cometen en Venezuela o que son inducidas a partir de Venezuela en el resto del hemisferio y del mundo.

De la nada al todo, del todo a la nada, de la nada al todo (y viceversa). Esta parece ser la definición política del sistema venezolano actual, todos quieren el todo y prefieren la nada antes que ceder y renunciar a la posibilidad de tener el todo. Como está el país desde hace tiempo, la disputa por el todo se ha reducido a una lucha por “toda la nada”.

Sí, nunca he conocido un país en el que tanta gente quiere ser presidente del mismo. Por eso es más que necesario un sistema colegiado de gobierno como el suizo, como la Constitución uruguaya de 1952. Sí, esto tiene un problema, claro está, imagínense las dos hipótesis anteriores de trabajo: borrar al enemigo completamente, borrar al adversario político completamente. Por supuesto que en ese marco, en ese contexto es imposible concebir una idea como esa.

Entre venezolanos, la noción de cohabitación se interpreta como una idea ignominiosa; implica complicidad y connivencia. Esa es la cohabitación que existe hoy. Desde luego que la propuesta que realizamos aquí no tiene nada que ver con eso, propone un esquema garantista como el de las constituciones a las que hicimos referencia. Implica compartir el gobierno, implica cogobernar, implica dar garantías de probidad republicana y separación de poderes.

La Constitución uruguaya de 1952 tenía un sistema fijo de asignación de cargos en el Consejo Nacional de Gobierno, no necesariamente en las mismas proporciones, pero eso es absolutamente fundamental para avanzar en una solución de legitimidad y gobernabilidad urgente para Venezuela, para que nadie quede expuesto a manipulaciones de resultados electorales.

Los políticos venezolanos le deben a su pueblo soluciones, le deben un gobierno legítimo que tenga las efectividades conducentes para ejercer el poder, le deben a su pueblo mucho trabajo, le deben mucha probidad republicana.

Si el plan sigue siendo, cómo ha sido por más de 20 años, someter unos a otros, no va a funcionar, como no funcionó en los pasados 20 años. Si el plan es eliminar al chavismo, no va a funcionar, como no funcionó en los últimos más de 20 años.

Ahora bien, ¿tiene esto un éxito asegurado? No necesariamente, hay gente que se está beneficiando con las cosas como están y que solamente puede seguir ganando en ese contexto.

Por supuesto que hay gente dentro del régimen que va a perder mucho o va a dejar de ganar mucho si esto se termina. Por supuesto que hay gente dentro de la “oposición” al régimen a la que le ocurrirá lo mismo. ESTO QUE PROPONEMOS ES UNA SOLUCIÓN POLÍTICA y en el gobierno son muy pocos los que quieren hacer política, buena parte quiere seguir ganando dinero de la manera que está ganando dinero.

Sí, claro, el gobierno puede seguir por este camino, continuar en el infierno en el que ha hundido al país. Sí, claro, los políticos venezolanos que se le oponen pueden seguir esperando a que Maduro un día, les deje ganar una elección y puedan ser presidentes de Venezuela.

La primera cosa es muy mala y la segunda, irrealizable por lo que hemos visto. De allí surge el ejercicio de la política del todo-o-nada, lo cual hace que obviamente se tenga que alternar entre esas dos posibilidades. Lo cual, además, implica costos muy grandes para un país como Venezuela, para su sistema político e instituciones. El todo-o-nada en el que está inmersa la política de hoy en día tiene muchos problemas que, obviamente, tienen que ver con esa radicalización polarizada, con la enemización inducida por esta necesidad de quedarse con todo o su alternativa, la nada.

De esto surge una ecuación a la que hemos referido ya varias veces. A veces el 50% + 1 equivale a 100%. A veces el 30% + 1 o el 40% + 1 equivale al 100% y esas son variables que definitivamente no tienen ninguna aplicación en la matemática, pero aún menos su aplicación es admisible en la dimensión social, de las relaciones humanas y de la política. La política es esencialmente buscar la mejor forma de servir a través de los compromisos políticos y sociales, económicos, productivos, acuerdos que amalgamen la más amplia gama de intereses que tienen que estar permanentemente haciendo los que gobiernan. En la política los acuerdos tienen efectos multiplicadores y dinamizadores exponenciales, dan la tracción necesaria para soluciones sociales y productivas.

La acción de prescindir de los demás intereses en la sociedad, para hacer prevalecer los propios es, generalmente, una forma de originar políticas de fracaso. La opción de quedarse con todo y prescindir de los intereses de los demás, quienesquiera que sean, es el problema esencial de gobiernos, cuyas prácticas son excluyentes. La redemocratización de Venezuela necesita a todas las fuerzas políticas y tiene que representar la amalgama de todos los derechos de la gente y todos los intereses nacionales. El camino más corto para legitimar la democracia es con la participación de todos y la participación de todos requiere que sea en el Poder Ejecutivo, porque no han funcionado otras variables de cohabitación entre Poderes como surge de la experiencia de años recientes.

Cuando hablamos de cohabitación, cogobierno y contrapesos nos referimos no sólo a los poderes del Estado y a los organismos de contralor sino principalmente al Poder Ejecutivo, al brazo ejecutivo del Estado. El “todo o nada” en el que trabaja hoy la política venezolana se basa en la ausencia de esos contrapesos. En un país sin contrapesos a nivel político, a nivel social, y a nivel económico, el que gana el brazo ejecutivo del Estado se queda con todo.

Es necesario transitar de un Estado para pocos, a un Estado para todos, no importa quién tenga circunstancialmente el poder del Estado. La lógica del “todo o nada” sólo se puede romper acordando contrapesos que aseguren que el brazo ejecutivo del Estado deja de ser un trofeo para unos pocos para convertirse en un paraguas para todos.

Por eso la conceptualización de hacia dónde vamos es muy importante en la política, porque el camino de un país, el sendero de un país tiene que ser una ruta para todos. No puede quedar gente excluida, no puede haber gente que sea víctima de un proceso si ese proceso es democrático. No puede haber gente que quede completamente fuera del camino, o perecer al costado de la ruta, o que esperen al costado de la ruta sin que nunca les llegue su oportunidad.

La lumpenización de la política venezolana ha sido la más dramática del continente. La crisis ha llevado a que 6.8 millones de venezolanos hayan tenido que abandonar el país, un exilio forzoso por la crisis humanitaria. El éxodo más grande del mundo junto al de Siria y Ucrania, pero sin guerra ni desastre natural alguno.

Obviamente que puede haber gente que siga soñando con exterminar el chavismo, pero tampoco van por allí las soluciones realizables y reales.

¿Hacia dónde vamos?

Es una pregunta recurrente en la política. Obviamente no debe distraernos la pregunta si se sabe la respuesta, si se tienen claros los objetivos, si se sabe que las metas son realizables para el bienestar general, si los proyectos se van concretando. En la política hacemos permanentemente lo que podemos e intentamos soluciones reales para un mundo real de gente real. Hoy Venezuela necesita salir entre todos del infierno en el que está, una construcción política entre todos, un esfuerzo hacia objetivos comunes hecho entre todos.

La noción de cohabitación subraya la necesidad de compartir el poder. Un sistema de gobierno colegiado es una expresión institucional posible. Funciona con contrapesos, no es un sistema de complicidad e impunidad, pues revertir la crisis venezolana requiere un nuevo compromiso político.

Seamos sinceros, estos años ha habido ¨cohabitación¨ en Venezuela, sólo que de la peor manera y por las peores razones. Compartir es contrapesar. La cohabitación sin contrapesos puede transformarse en complicidad. El esquema de cohabitación a discutir en un proceso de diálogo debe dar garantías de contrapesos para quienes cohabitan. En caso contrario será una frustración más.

Sin un esquema de compartir el poder desde su base, en el que se asegure una participación efectiva del chavismo y del madurismo, de la gente de Guaidó y otros actores, la acción conjunta y coordinada de objetivos comunes hacia el futuro, es esencialmente imposible. El oficialismo debe asumir que sin la oposición la sociedad venezolana seguirá resquebrajada, dividida, desintegrada social y geográficamente, y la oposición debe asumir que excluir al chavismo y al madurismo significaría una invitación perpetua a reproducir un sistema político de suma cero.

Ninguna transición es un proceso sencillo. Una de las tareas más complicadas, luego de la caída de un gobierno, es conciliar los intereses de los distintos factores de poder con el objetivo de garantizar la estabilidad política. Mi propuesta también sugiere que Venezuela se mire en su propio espejo de experiencias de haber compartido el poder.

“Cohabitación”, al concepto se le puede dar una acepción literal o, de manera creativa, captar la metáfora que el mismo contiene, en el sentido de que implica un ejercicio de diálogo político real, de institucionalidad compartida, de poderes del Estado compartidos.

En un esquema de tensión permanente, tiene que estar tan detalladamente regulado que la mejor fórmula sigue siendo la fórmula suiza de sistema colegiado. El ejemplo regional es la Constitución de Uruguay de 1952. Pero no soy partidario de exportar de manera automática a otras realidades, diseños institucionales surgidos en contextos históricos y culturales específicos.

Compartir el poder implica que entre un todo o la nada existan espacios intermedios. La noción de mayoría se suaviza, las minorías se protegen. De la legitimidad inexistente o dudosa se pasaría a una legitimidad posible. En el camino, se puede pensar en mecanismos que apunten a normalizar la vida institucional del país para re-institucionalizar una nación devastada. Esa debería ser la prioridad.

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