Monseñor Diego Padrón: “El gobierno no puede hablar de paz si tiene colectivos armados”
Desde hace meses no consigue leche en Cumaná, sufre los rigores de los apagones y teme que lo maten en cualquier esquina. El presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, monseñor Diego Padrón, vive a 200 metros de una cárcel y a la misma distancia de un cementerio. Asegura conocer de cerca las necesidades del pueblo, concebido sin exclusiones, y exige que los problemas más apremiantes de los venezolanos sean lo esencial de un debate nacional que, en su opinión, no puede volver a utilizarse como subterfugio para acallar las protestas de los ciudadanos en demanda de sus derechos.
—¿Cómo imagina usted un diálogo efectivo entre el gobierno y la oposición?
—Teniendo como principal objetivo el bienestar del país. Con una agenda que contenga puntos muy precisos. El diálogo supone tratar temas de interés nacional para llegar a conclusiones, acuerdos y cambios. Si el diálogo no trae cambios concretos no tiene sentido.
—¿Cómo conciliar las agendas de las dos partes privilegiando los intereses de la mayoría de los venezolanos?
—Tendría que haber una comisión de intermediarios que elabore la agenda para que sea aceptada por ambas partes, pero que incluya los problemas de la gente. La gente está preocupada por la escasez, por la carestía de la vida. En este momento el problema de la salud es muy grave, así como la situación de los llamados presos políticos. Pero hay temas que están pendientes desde hace mucho tiempo y ameritan respuestas, entre ellos la inseguridad. Luego habrá que ocuparse de otros asuntos más estructurales, como la conformación del CNE y los cambios institucionales.
—La oposición exige gestos de disposición al cambio como condición imprescindible para volver a dialogar.
—Yo pienso que no se puede ir a un diálogo poniendo condiciones irreductibles. Yo me imagino que la oposición no va a decir no al diálogo si la agenda incluye los problemas más sentidos del país.
—El gobierno preferiría una pausa en los reclamos.
—No. El diálogo no reemplaza la protesta, pues la protesta es la que fundamenta la necesidad de diálogo.
—A los tres días de haber sido designado presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana usted dijo que Chávez se había acercado a los templos, mas no a la Iglesia. ¿No fue demasiado atrevimiento de su parte desmitificar al máximo líder del oficialismo?
—En ninguna etapa de la historia el culto a la personalidad ha contribuido a resolver los problemas de la gente, porque implica todo lo contrario a un trato justo y equilibrado de los gobernantes para con los gobernados. Los gobernantes tienen que bajarse de las nubes, pisar tierra y asumirse como iguales a los demás. Ojalá llegaran a padecer los mismos problemas que padece el pueblo. Los altos gobernantes no saben cuánto cuesta conseguir comida, o un empleo. Nada de culto a la personalidad, porque todos somos iguales ante la ley y todos merecemos respeto.
—¿En la actual coyuntura del país se puede ser imparcial?
—La imparcialidad tiene que ver con un examen de la situación para darle la razón a quien la tiene, siempre en beneficio del pueblo, del pueblo todo. Pueblo no es solo un sector de la sociedad, no tiene que ver con colores políticos.
—Pero Diosdado Cabello acaba de advertir que la revolución solo se puede hacer con revolucionarios.
—Precisamente, ello corresponde a una visión parcial de las cosas. La revolución es un modo de asumir la conducción del país y responde a una ideología que no necesariamente comparten todos los venezolanos.
—¿La Iglesia Católica en Venezuela es verdaderamente imparcial?
—Al menos procuramos serlo, en búsqueda del bien común. La imparcialidad en la actual coyuntura del país implica superar la diatriba política y reivindicar la verdad y la justicia. La justicia implica equilibrio; es decir, no podemos favorecer a unos y a otros no.
—¿Por qué la Iglesia, como usted ha dicho, no comparte el proyecto socialista del gobierno?
—El plan que tiene el gobierno no responde a las necesidades del pueblo. Es un plan impuesto que obedece a un modelo fracasado en otros países. Lo más que se ha logrado es consolidar los beneficios de una clase que concentra todo el poder en sus manos, restringe las libertades y persigue a los que se le oponen.
—El gobierno no parece dispuesto a acoger sugerencia alguna sino, por el contrario, a radicalizar sus posiciones ideológicas. ¿Cuáles son las consecuencias?
—Eso crea ciudadanos de segunda. Ciudadanos que tienen que conformarse con aceptar lo que les venga de arriba. Eso va contra la democracia, que significa participación, libertad de expresión y que sean tomadas en cuenta las opiniones de todos sin exclusión. La radicalización solo contribuye a profundizar la división del país y no resuelve los problemas de la gente.
—Chúo Torrealba ha dicho que en Venezuela ya no hay pobres y ricos, sino pobres y empobrecidos. ¿Qué opina?
—Yo coincido con esa visión. La pobreza no es solo material; la pobreza más grande es la cultural. La educación ha bajado de nivel. Aquí necesitamos más calidad que cantidad de educación.
—¿Cómo evalúa los planes sociales del gobierno, las misiones?
—Son planes contingentes y en algunos casos improvisados, que se administran con criterios electorales y hasta improvisados. En general, se suele comenzar con mucho entusiasmo y después no se hace seguimiento a las obras.
—¿Por dónde y cómo debe empezar el cambio?
—Por poner el énfasis en el respeto a la persona, a sus derechos como ser humano y, en particular, el derecho al libre desarrollo de su personalidad, lo cual incluye la satisfacción de sus necesidades de alimentación, salud, vivienda, empleo…
—¿Mientras llega ese cambio, qué hará la Iglesia en favor de los venezolanos?
—Analizar constantemente la situación del país para poder opinar sobre ella con suficientes argumentos. Acompañar al pueblo en los templos y en las calles; enseñarlos a convivir y a ser solidarios. Y en tercer lugar aportar ideas para vivir mejor. Nosotros comunicamos la esperanza de un futuro mejor. Estamos convencidos de que Venezuela no está condenada ni al fracaso ni a la violencia ni a la pobreza, porque los venezolanos somos capaces de sacar al país del colapso.
—¿Qué opina de la progresiva y creciente militarización del gobierno y de la sociedad venezolana?
—Eso corresponde a una ideología que se impone por la fuerza, a través de todos los ámbitos de la administración pública. La militarización convierte al país en un cuartel donde la gente se resigna a obedecer de manera mecánica, a aceptar que el que está encima pueda anular las capacidades del que está abajo.
—¿Hay algo que temer sobre el poder que detentan los llamados colectivos?
—En abril la Conferencia Episcopal denunció la existencia de grupos armados que atentan contra la paz y la seguridad. No hay derecho a que un grupo pretenda imponer su voluntad sobre los demás a través de las armas. Es una amenaza permanente contra la vida y lo estamos viviendo. El gobierno no puede hablar de paz si tiene colectivos armados. Tiene que desarmar a esos grupos y después desarmar a los ciudadanos. Es un doble discurso, una contradicción.
—¿Son justificadas las manifestaciones de preocupación desde el extranjero sobre lo que ocurre en Venezuela?
—Totalmente, siempre que haya respeto al país. No podemos ignorar la globalización ni que los derechos humanos no tienen fronteras. Venezuela no es una isla y el peligro es que el gobierno quiera convertirla en una isla, como Cuba.
—¿Habla en términos geográficos o políticos?
—En ambos sentidos.
Divorciados y homosexuales
Monseñor Padrón participó en el más reciente sínodo realizado en el Vaticano y se apresura a aclarar que el tema que se iba a tratar no era la posibilidad de una mayor acogida de divorciados y homosexuales en la Iglesia Católica, sino la reivindicación de la familia.
—¿Qué sentido tiene promover el matrimonio en las familias venezolanas dirigidas por madres solteras?
—Eso es cierto, pero el matrimonio es un ideal y hay que seguir luchando porque se convierta en realidad.
—Los personas sexogénerodiversas exigen respeto a todas las formas de amar.
—La Iglesia acepta y respeta a las personas tal como vienen al mundo, pero no comparte la homosexualidad.
—¿Usted no conoce a un sacerdote o a una monja homosexual?
—En principio creo que los homosexuales no deberían ser sacerdotes o religiosas. Sé que existen y, en todo caso, yo mantengo un profundo respeto por cada quien.
El perfil
Diego Rafael Padrón Sánchez nació en Montalbán, estado Carabobo, el 17 de mayo de 1939. Se ordenó sacerdote en 1963. Es licenciado en Teología Bíblica. Fue obispo auxiliar de Caracas y obispo de Maturín. Es obispo de Cumaná. Fue presidente de la Comisión Episcopal de Laicos y Juventud de la Conferencia Episcopal Venezolana. Fue nombrado Presidente de la CEV el 9 de enero de 2012. (EU)