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Calores incendiarios por Antonio Ledezma

La Biodiversidad está muy bien definida en el Convenio sobre Diversidad Biológica concretado en Río de Janeiro el 5 de junio de 1992, pero que entró en vigor a partir de diciembre de 1993. En ese pliego se resume el significado de la Biodiversidad como “la variabilidad de organismos vivos de cualquier fuente, incluidos, entre otros, los ecosistemas terrestres y marinos y otros sistemas acuáticos, y los complejos ecológicos de los que forman parte; comprende la diversidad dentro de cada especie, entre las especies y de los ecosistemas”.

De ese concepto se aprende que la biodiversidad comprende “la inmensa multiplicidad de formas mediante las que se organiza la vida, e Incluye todas y cada una de las especies que cohabitan con nosotros en el planeta, sean animales, plantas, virus o bacterias, los espacios o ecosistemas de los que forman parte y los genes que hacen a cada especie, y dentro de ellas a cada individuo, diferente del resto”.

Venezuela está ubicada dentro de los países con mayor biodiversidad del mundo, situándose en la posición número 7 de todo el planeta. Somos el quinto país en poseer la diversidad de aves, ocupamos el séptimo lugar en especies de plantas vasculares, nos colocamos como el número 9 en anfibios, subimos a la cuarta posición por ser el país con el mayor número de especies de peces de agua dulce y también figuramos entre los países con más variedad de especies de mariposas. Venezuela es un país maravilloso, sin lugar a dudas, que lo tiene todo, pero esas riquezas naturales corren el riesgo de desaparecer si no las protegemos de nuestras propias incursiones.

Lo que pretendo es llamar la atención de todos los ciudadanos que debemos tomar conciencia de lo que estamos obligados a proteger de cara al futuro de las venideras generaciones. Trato de animar a los ciudadanos a que nos atrevamos a asumir la agenda convenida con vistas a evitar que el calentamiento climático nos devore. Las modificaciones de las temperaturas hacen sus estragos, se incrementan en el calendario los días calurosos y las olas de calor ahogan a buena parte de los seres humanos.

El pasado 14 de julio de 2022, la Organización Meteorológica Mundial se adelantó a vaticinar que la ola de calor que afecta a Europa pudiera llegar a batir récords de temperaturas. “El embalse más grande de Estados Unidos tiene menos agua que nunca desde que fue llenado hace 80 años debido a una fuerte sequía, agravada por el cambio climático y el consumo de agua de 40 millones de personas en siete estados, que está secando el río Colorado”, reseñó la agencia de noticias AP el 14 de julio de 2022. Indican que “la temporada de incendios forestales se alarga y las llamas son más intensas. Las temperaturas baten récords y los lagos se resecan. El nivel del agua del Área Nacional de Recreación del Lago Mead bajó tanto que asoman los restos de dos personas junto a los de cantidades de peces en lo que ha pasado a ser un cementerio de embarcaciones”.

Otro hecho que demuestra lo que está aconteciendo como consecuencia del cambio climático es que “el poderoso río Colorado, que divide Nevada y Arizona, fluía debajo de las paredes del Black Canyon (Cañón Negro) hasta que se construyó el Dique Hoover en 1935 para irrigar la zona, controlar las inundaciones y generar energía hidráulica. El embalse tiene ahora menos del 30% de su capacidad. Su nivel bajó 52 metros (170 pies) desde que alcanzó su máxima altura en 1983, dejando una faja blanca de depósitos minerales en las paredes marrones del cañón, que llegan a tener la altura de un edificio de 15 pisos e impactan a ocupantes de los botes que pasan por allí”.

Un reporte emitido a través de la agencia noticiosa Efe da a conocer que “el récord de temperatura en Reino Unido fue de 38,7 grados y se alcanzó en 2019 en Cambridge. Según el grupo de expertos coordinados por Labrador, existe un 30 % de posibilidades de que se supere esa marca en los próximos días. Las altas temperaturas están afectando con mayor intensidad a los países del suroeste europeo, especialmente a Francia, España y Portugal, donde han proliferado los incendios en la última semana como consecuencia de esta ola de calor, que ha superado los 46 grados en varios puntos”.

Todo cuanto se resume en la crónica de Efe es cierto, ya que personalmente lo he podido experimentar en España, en donde las máximas temperaturas superan, este año 2022, los 44,5 grados. La máxima temperatura registrada en toda la península ibérica se batió el verano del pasado 2021 en el municipio cordobés de Montoro, y fue de 47,2 grados. Otro de los efectos negativos de este incremento de las temperaturas es que provocará una degradación del aire, especialmente en las ciudades, debido a que el calor retiene a las partículas contaminantes para la atmósfera, explicó el experto de la OMM especializado en la atmósfera, Roberto Labrador.

La alteración del equilibrio habitual de la naturaleza es evidente en el mayor número de tormentas, inundaciones, deslaves, incendios y deshielos, reduciendo los espacios para la siembra y cultivo de alimentos. Las sequías provocan la muerte de lagos, ríos y represas, donde había antes agua abundante lo que se padece ahora son los efectos de las tormentas de arena, se expanden los desiertos, se avizora una motivación distinta para detonar guerras, ya no serán por el control del petróleo sino de los recursos hídricos.

Venezuela no está libre de esas llamaradas. “En 2020 llegó a ser la región Amazónica con mayor densidad de incendios forestales por superficie. Tuvo casi el doble que Brasil, según datos del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de ese país. Desde 2005, Venezuela está entre los primeros tres países de la región Amazónica con mayor densidad de focos de calor”. La investigación publicada en Provadinci con la firma de Helena Carpio y el respaldo de Rainsforest Journalism Fund, confirma que “Venezuela está entre los países de la región Amazónica con el mayor número de focos por superficie en el año 2002, llegando a ocupar el sexto lugar. Pero once años después, en 2013, paso al primer lugar, superando a Brasil y a Bolivia. Después de ese año, Venezuela regreso al primer lugar en 2014, 2018 y 2020”.

Los datos aportados por Provadinci son muy alarmantes, cuando se confirma que “de 151 países del mundo, Venezuela fue el 14 con mayor número de incendios en 2020. A pesar de abarcar menos del 1% de la superficie terrestre, tuvo más focos de calor que Australia, Sudan, Tanzania y Perú, juntos”. “Todo eso ocurre en un país que tiene 80 Áreas Protegidas (AP) con fines de conservación, que deberían tener sistemas de vigilancia, monitoreo y prevención de incendios, para resguardar la biodiversidad”. “Al mapear todas esas áreas, vistas como polígono turquesa”, la investigadora Helena Carpió confiesa que “apenas pudo reconocer menos de la mitad”.

En ese extraordinario trabajo publicado en Provadinci se relaciona el patrimonio con el que cuenta Venezuela de la siguiente manera: “44 parques nacionales, 21 monumentos naturales, siete refugios de fauna silvestre, siete reservas de fauna silvestre y un santuario de fauna silvestre. Las 80 AP suman el 24% de la superficie del país: un área equivalente a 274 veces la Gran Caracas o al territorio de los estados Amazonas y Anzoátegui juntos. Es uno de los sistemas de AP más extensos del mundo. Las AP son un concepto internacional y cada país lo adapta a sus leyes. En Venezuela son parte del sistema de Áreas Bajo Régimen de Administración Especial (ABRAE, por su acrónimo)”.

Todo ese patrimonio viene siendo esquilmado por criminales que no reparan en el daño infligido a la humanidad, tal como lo revelara el pasado 14 de julio la ONG venezolana Fundaredes al poner al descubierto que “más de 1.200 hectáreas de selva virgen en el estado Bolívar, en el sur de Venezuela, han sido destruidas, como consecuencia de la explotación minera en la zona denominada por el régimen venezolano como Arco Minero del Orinoco, que comprende 111.843,70 kilómetros cuadrados y representa el 12,2 % del territorio nacional, en esa extensión se está perpetrando una catástrofe ambiental”.

Esta denuncia no representa una novedad, ya sobre esas violaciones que implican deforestaciones irregulares y extracción indiscriminada de minerales, había sido descubierta el pasado 5 de julio, por la ONG SOS Orinoco, mostrando documentos probatorios de que “entre los años 2000 y 2021 se han perdido ‘al menos 135.318’ hectáreas de bosques tropicales en el territorio Esequibo, disputado entre Venezuela y Guyana, por causa de la minería de oro en la zona”.

La destrucción de la biodiversidad se presenta como un acontecimiento irreversible y en este sentido, el ingeniero forestal Gustavo Uzcátegui Rosales, Msc y profesor agregado de la Universidad de Los Andes núcleo Táchira, expone en el marco del informe de Fundaredes que “la explotación minera que se está llevando a cabo en la zona centro-sur del país, se está realizando a través de mecanismos o labores altamente destructivas como lo es la minería a cielo abierto, que por el uso del mercurio para encontrar el oro va destruyendo y contaminando cada una de las capas de los suelos y afluentes de los ríos”.

Este aquelarre minero, sumado a la orgía maderera que mata miles de árboles y bosques, es una realidad aterradora que no la replicamos con ánimos de fanáticos, porque no asumo esta temática ambientalista como una ideología sino como un problema que nos está golpeando en la cara y del que estamos obligados a defendernos con políticas de protección sustentables. Las leyes existen, al igual que las normas y todos esos manifiestos aprobados en muchas cumbres internacionales, lo penoso es que esas máximas terminan siendo pasto fácil de la voracidad incendiaria de personas inescrupulosas que se aprovechan de la inconsistencia de gobernantes que no hacen cumplir esas normativas. Estamos a tiempo de salvar buena parte de ese patrimonio, que ya no es solo venezolano sino de toda la humanidad.

@Alcaldeledezma.

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